viernes, 12 de noviembre de 2010

REFLEXIONES ACERCA DE LA VALORACIÓN AXIOLÓGICA


TRADICIÓN Y RELIGIÓN

Si consideramos el acto de dar valor a todo aquello que nos rodea, veremos que éste es un proceso que se da constantemente en la vida del ser humano y su relación con el entorno, es decir entre el sujeto y el objeto de su atención, pero además se da en un espacio y tiempo determinado, en una situación histórica concreta, y no se da en forma aislada de la sociedad. Por ejemplo: el hecho de que un hombre sienta admiración por una mujer aparentemente es un acto común a toda época y lugar, pero si nos ponemos a observar con más atención podemos distinguir una diferencia de grado entre la admiración que pudo sentir un hombre del siglo II en la Europa medieval y un hombre peruano del siglo XXI, diferencia que vas desde las condiciones biológicas y psicológicas de cada individuo, pasando por las referencias estéticas propias de cada tiempo y lugar determinado.

Ahora, por tradición podemos entender todo aquello relacionado a las costumbres heredadas por un individuo, a través de su familia, y ésta a su vez por los patrones socioculturales propios de su situación geográfica e histórica, es decir de la época y lugar dónde se desarrolla. Entonces podemos ver que las tradiciones también se desarrollan conforme los años y siglos pasan, es más se superponen y en muchos casos, se fusionan. Claro ejemplo es el sincretismo que se produce entre las tradiciones precolombinas y aquellas que hemos recibido desde la época colonial, hasta la actualidad, en lo que muchos consideran la era neo-colonial. Resalto este aspecto del coloniaje por el hecho que la cultura y tradiciones que se imponen en una sociedad, sobre las primigenias, ejercen predominio en forma avasallante, aunque muchas veces no se haga conciente en los individuos. Para ilustrar lo ya dicho veamos la “clásica” tradición de tomar chocolate caliente y panetón en “Navidad”, pues tiene mucho sentido en Europa, pues por esas fechas la estación presente es el invierno, lo cual justifica tomar bebidas calientes, acompañados del sabroso pan con frutas, otra herencia según dicen algunas desde las tierras italianas, pero en el caso específico del Perú, la época de navidad es la entrada del verano y una taza de chocolate caliente no sería la bebida más indicada, corriendo incluso el riesgo de generar malestares estomacales.

Pero esta tradición nos trae a colación justamente el segundo punto de nuestras reflexiones: las “tradiciones” religiosas. Aquí si vemos un fenómeno de lo más complejo e interesante: las religiones como producto ideológico elaborado a través de miles de años de desarrollo han llegado, según algunos pensadores, a su máximo grado de sofisticación y por lo mismo, a su punto culminante y posterior caída.

Sin embargo eso no significa que su fin sea inmediato, pues las religiones se han vuelto uno de los instrumentos por excelencia para el ejercicio del dominio de las clases poseedoras, al lado de las ideologías políticas o según algunos “mitologías sociales” que hablan de igualdad y participación democrática en una sociedad que ya de por sí está claramente dividida. Ubicándonos en nuestro contexto histórico social, vemos el papel que cumple la iglesia católica en la sociedad peruana como medio de persuasión, disuasión, control social, etc. Institucionalizada nuevamente por el estado peruano en la infame constitución política del ’93, infame porque la misma acabó con las pocas pretensiones “democráticas” de la del ’79 e impuso un régimen de explotación y degradación social como no se ha visto desde la época de la “conquista” española.

He de decir, que su influencia también obedece a necesidades psicológicas impuestas por los actuales sistemas educativos “teológicos”, necesidad que fue claramente expuesta por un pensador como lo fue César Augusto Guardia Mayorga, que más o menos dice así: “Las clases sociales imprimen sus características al dios en que creen. Para los pobres, Dios es el consolador de sus aflicciones y miseria, para los ricos es el protector de sus bienes y ganancias; para los pobres es una esperanza, para los ricos un aliado.”

Sólo me resta decir nuevamente la importancia y el valor del papel que representa el docente “conciente” de la situación de su sociedad, pues una educación laica y libre de ataduras represivas será una de las vías para generar las condiciones que guíen el cambio en nuestra sociedad, cambio que es necesario y vital, pero que requiere el compromiso serio del magisterio nacional.

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